Naturaleza cruda

Por propia elección o juego del destino, logré estar en paz con el mundo. Con el simple hecho de haberlo experimentado en lo más mínimo puedo afirmar que he vivido
Víctima constante del mundo y su encierro. De reglas y responsabilidades no propias, conquisté el “ser libre”. Es claro que siempre anhelé ese sentimiento, mis cabalgatas a liviano peso son prueba de ello. Pero afrontarlo es incomparable y, por querer explicarlo, escribo.
Esa sensación de salvajismo, naturaleza cruda, entre el terror y la locura que se apoderaba de mí ser, corriendo sobre el pingo. Nunca fue tan fuerte algo en mí, algo me superaba. Y allí estaba, carne contra tormenta, un insignificante contra una magnitud inexplicable de fuerza.
El fresco de las gotas golpeando repetidamente contra mi piel hacía mas potente mi acelerado respirar, la visión solo se me permitía con la luz de rayos, cada trueno que sonaba, cada sensación extraña corriendo por mi interior, constantemente apretando los dientes y el pelaje del agobiado animal. Dándole ordenes y deseando, a lo indio, no se detuviera nunca.
Al grito despavorido y placentero encontré un momento. Un momento en que todo fue tan claro. El escenario: campo, hombre, caballo, fuerza, intensidad, tormenta, viento. El cuadro perfecto.
El sentido de todo: ser libre. La libertad, todos la anhelan y yo la sentí, la imagen completa la llevo conmigo, vista en tercera persona, en la lámina no veo caras, no percibo facciones, un sentido florece. Cierro por fin los ojos y soy libre otra vez.

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